lunes, 23 de noviembre de 2009

Dos segundos.

Dos segundos. Paro a contemplar el silencio. Estoy siempre irreverentemente necesitada de astucia. Me dejarás de querer, por esta razón u otras. Fatalista de grado insoportable y melodramática soez. Como sea, tu pecado se llama menguar; mientras que las palabras se me acaban por querer contarte todo; el verano sin escuela, el verano sin ti. El sueño en Lisboa, el amor por Sartre. Los vestidos del armario, los vestidos de Liverpool. El México que odio. Los besos de ayer; ajenos, lejanos a ti. Te concibo inmerso en un mar de sustancia coloidal. Si quiero te toco, si anhelo te beso, si pretendo te amo, si me apetece te extraño, si necesito te digo adiós. Si quieres me dibujas y si no, esperaré a que quieras para poder querer. Dependo. Deambulo. Te amo estúpidamente. Me odio a veces por crimen tal. Suplico. Ruego discrepante. Imploro suspicaz. Dos minutos. Sandez ambigua, ceguera nocturna, confusión espacial. Voy. Me deslizo. Te llevo. Te encuentro. Te pierdo. Todo en dirección vertical.  Silencio incómodo. Dos minutos. Nada más.