Un laberinto es una especie de exilio,
caer puede parecer desgraciado.
Para un solitario como yo, resulta
aventurado y sin duda alguna, conmovedor.
Veo en las paredes de los pasillos interminables
vasijas rotas, huesos de buitres colgando.
Cada que he dado una vuelta puedo saberlo
Por una luz que se enciende en morado, cada vez
más morado.
No se a ciencia cierta sí avanzo o retrocedo,
sólo se por que me han dicho, que al final del laberinto
no hay tesoros ni acertijos.
Hay cuchillos, navajas y agujas;
hilos dorados y tachuelas de hueso.
Pintura violeta en un cuévano,
la puedes tomar con la mano
o usar tus cabellos.
Dichosos los poetas cansados de intentar prosas y discursos vanos,
tal tentación de pintar y cortar,
cortar y bordar.
La piel en morado colgada del cielo,
que oscurece asombrado y manchado,
de pieles ahumadas
en tintas moradas,
hilos atroces
y letras castradas.