lunes, 24 de marzo de 2008

Entrada número 100

Tarde

Tarde lluviosa en gris cansado,
y sigue el caminar.
Los árboles marchitos.
Mi cuarto, solitario.
Y los retratos viejos
y el libro sin cortar...

Chorrea la tristeza por los muebles
y por el alma. Quizá
no tenga para mí Naturaleza
el pecho de cristal.

Y me duele la carne del corazón
y la carne del alma. Y al hablar,
se quedan mis palabras en el aire
como corchos sobre agua.

Sólo por tus ojos
sufro yo este mal,
tristezas de antaño
y las que vendrán.

Tarde lluviosa en gris cansado,
y sigue el caminar.

Federico G. Lorca.
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Como una bala caliente tus dedos cortaron mis esperanzas. Me fui esa noche con las palabras mas silenciosas en mi boca y con la memoria, hecha un animal dormido sin ganas de despertar jamás. No sentía mis manos, mis puños; dos diamantes puntiagudos que como navajas, cortaron lo mas sagrado que he podido considerar en esta mi amarga vida; aquella parte de tu ser que era parte de mí también.
Te vi correr, caminar lejos de mis manos, lejos de mi boca que con suplicas idiotas te pidió el perdón mas puro jamás pedido, por el error mas grande jamás pensado. Te vi correr, te escuché decir… y yo seguía tus pasos como la sombra que no se despega nunca, o hasta que un perro te la arranca de los pies como a Peter Pan.
Nunca digas nunca, porque el Jamás existe. La dama bestia se había quedado tras los recuerdos, tras la euforia, tras el fuego nuevo de los besos verdaderos, los que se dan los novios que se aman bajo las blancas y largas sábanas, tras el reflejo del ventanal del autobús, tras la línea monótona del teléfono que siempre fue mejor que cualquier simple o elevado rezo, sin embargo despertó.
Te vi partir, te vi odiarme, te vi odiarme te vi partir, y a mí me quedan las dudas mas grandes desde ese día… 

...nadie

... nadie de amor se muere.