jueves, 30 de septiembre de 2010

Una justificación sin importancia.

Qué será, hace como cuatro años que Hugo me dijo lo mucho que lamentaba cumplir 23. Quise tratar de entender su agonía superficial pero no más de dos minutos, entonces me dediqué a beberme las cervezas y fumarme los cigarros que tenía a mi alcance. En febrero de este año cumplí 23; celebré en Santiago con un terremoto de 8,8 en la escala de Richter, dos botellas de vino tinto y un cigarro de yerba chilena, ese día había encontrado una pieza para habitar los cinco meses que duraría mi estancia. 
Nunca lamenté cumplir 23, pero aquel día estuve conciente de lo lejos que ha estado mi casa de mis necesidades más íntimas, conciente de lo lejos que está mi infancia y conciente de lo lejos que he estado de la plenitud intelectual, desde la adolescencia hasta la fecha. Efectivamente, a los 14 años disfrutaba la presunción de llegar a la última página de un libro grueso y ostentoso. 
En Santiago estudié 4 materias (casi una miseria); temas de política internacional y literatura, leí; ensayé; critiqué; sinteticé; conocí a más de 30 autores: anecdóticos de guerra, fanáticos de Derrida, precursores del Iceberg, percusores del Glaciar, imitadores de Hemingway, justicieros antipoéticos de Pinochet, poetisas con Nobel, novelistas gráficos, traductores al castellano de Shakespeare, instructores de narración, cuentistas amateur de la colonia las Condes, y un etcétera pequeño. 

Vertiente uno: Cada lectura fue un momento, en ellos sentía que la vida se me acaba, que estoy lejos de todo anhelo sustancial; los aires de literatura y crítica ética-humanista me resultan casi imposibles con un próximo titulo universitario en neoliberalismo descarado. Académicamente no estoy preparada para ello, zapatero, a tus zapatos; el problema es que estos zapatos me aprietan.

Vertiente dos: Cada tarea académica me resultó una experiencia amable y afable, pude ir y venir entre textos varios y relacionarlos entre ellos para poder ensayar, con éxito, con notas altas, con simplemente, para mí, concretar en ideas escritas lo que veía, leía y escuchaba. Por primera vez en una universidad, de las tres que he pisado (Arquitectura, Negocios y Sociales-Humanidades) fui temporalmente feliz. Descubrí y acepté la vocación, como si fuese la resignación a un cambio impuesto; casi ridícula. En dos meses de “seria” dedicación a la Universidad en Santiago (ya que Novio se había regresado a México, dolorosamente), descubrí que quiero oscilar entre esos temas sociales que atañen a los internacionalistas; la geopolítica, el derecho, las regiones, los tratados, los bloques, los acuerdos, la política comparada, el genero, la cultura, la historia, el dialogo y sus etcéteras posibles, y, para fines prácticos de este espacio virtual, entre lo asquerosamente alejado de la ciencia exacta que resulta llamarse, titularse y etiquetarse Escritor (de esos que se aferran a lo que no nos deja, y que a veces, nos estorba). 
Sin embargo, a veces siento tristeza por escribir y ridiculez al subir escritos al Blog, soy sincera, leo y sé muy poco, a veces incluso de mí, la pereza mental puede llegar a tragarme y deglutirme con suavidad y peor, con mi consentimiento. 
Me justifico: He dejado de escribir porque me encuentro ignorante, a veces patéticamente cursi, me cansé de los poemas de desamor y los atardeceres anecdóticos (soy sincera de nuevo, los seguiré narrando).
Me reincorporo: Por qué, para quién, para qué. No lo sé. Sólo sé que escribir me resulta una necesidad y seguiré haciéndolo hasta que pueda dejar una huella pequeña en la humanidad. Si gustas puedes permanecer, esperar, coincidir algún día por acá, que de este paso a la relevancia, me falta camino por sembrar. Se promete, sin asegurar: la autodidaxia y el toque personal.
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