lunes, 5 de octubre de 2009

Recoleeción.

A un amigo. Jeco.
I
Recuerdo el día que dejó de gustarme el poema de la ninfa, estábamos inmóviles tal vez frente a la esencia de una nueva película de ficción, leyendo a Ítalo Calvino o suponiendo el aburrimiento de un verano repetidamente largo; entre las tonalidades del ambiente que de repente gris, de repente azul, nos daban lo mismo. El poema de la ninfa siempre lo antepuse blanco, puro y melancólico, pero tardíamente; que más me valía que nunca, reivindiqué. Aniquilé el poema de la ninfa y con él, el más absurdo y terco temperamento de escribir cuando me siento triste.

II
Aquel verano fuimos al cine. Descubrí pronto lo faltos que estábamos de amor. El latente crimen al matar el tiempo. Tomé centavos de sobra de la cartera de mamá, invité a mi fiel acompañante a caminar y decidimos buscar nuevas y más emocionantes aventuras, ¿acampar en el bosque?, ¿huir de casa?, ¿fumar opio y volar?... No era el estilo. Fuimos al teatro a ver La última cinta de Krapp, tal vez bebimos café, caminamos tarde por el sur de la ciudad y llegamos a casa a la media noche, lo que es seguro; dijimos como siempre “quiero estudiar literatura”, para después echar a llorar sin que fuera del todo cierto.

III
No creo que sea por alguna razón desconocida, pero ello no quiere decir que se me antoje deducirla. Reconozco simplemente que está, latente, catalogándose entre incómodo e inesperado, entre asfixiante e incoherente, entre abrumador o apto para salir. Octubre no es así; caluroso dentro de la categoría de exacerbación, es más bien, una corriente de viento violento que cubre la cara de las mujeres con cabellos despeinados, viste las áreas verdes de la universidad de un café muy tenue igual al que se bebe con leche en casa, y que se escucha tronar al pisarlo, con la ansiedad que sólo los amantes de la cursileria pueden sentir, esos mismos, los que creen que el amor se siente en el corazón, cuando es una absoluta verdad que el corazón no existe.