domingo, 2 de agosto de 2009

Dos mil nueve.

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Hace frío, los restos de lluvia se niegan a resbalar por completo, la ventana en transparencia les hace sentir pertenecer, y quién no quisiera entrar a esta casa donde se cocinan sueños, donde se cuecen ideas y donde dos, hombre y mujer, se aman a todas horas en todas las modalidades posibles. 
Las gotas de lluvia, que se congelan despacio con el frío de la noche, que se transforman queriendo entrar, para con el calor evaporarse. 

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Luna llena al sur de la ciudad, una noche continua a la de gotas de lluvia negándose a caer, ella con botas de hule, vestido rojo, un portafolio de cuero color café que cuelga del hombro, que pesa, que carga a Samuel Beckett y a Tolstoi, no siempre, tal vez sólo sea literatura en turno. Un paraguas amarillo con mariposas rosas, con orugas verdes, con cantarinas rojas, quien la viera creería de ella lo peor; superficial, bien vestida, bonita para viajar en metro. Quien la viera bien vería su cara recargar sobre el vidrio del vagón, está llorando, está triste, seguramente por amor. 
Luna llena pero no visible, las nubes carcomen su imagen pues ésta es noche para no mirar, para caminar en tinieblas, para tocar la puerta del adversario, del acompañante, del amor, del otro. Esta es noche para no dormir, para dar vueltas en la cama, para tener frío, tener sed, sed de amor. 

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Luna extinta al sur de la ciudad, ni el té ni el pan tostado están listos en el buró de la izquierda, el de ella, él siempre preparaba el té. 

Sol naciente al sur de la ciudad, 
ella muere entre ansiedad y desgano.
Él llama
él saluda
él sonríe
él dice te amo. 

9
Sol naciente al sur de la ciudad, paraguas blanco con nubes zarco, botas rosas y vestido azul, pendientes plata. Tolstoi deberá quedarse en el librero. ¿Beckett?... tal vez sólo mientras se tuesta el pan francés en la cocina y se buscan bajo algún mueble las llaves del auto, todo al mismo tiempo; Beckett, el pan francés, las llaves del auto... Beckett, el pan francés, las llaves del auto… 
Sol resplandeciente al sur de la ciudad, se hace tarde, el taxi de sitio se estaciona frente a la casa de aparente humedad en sus ladrillos rojos, ella baja, corriendo, con el paraguas blanco con nubes zarco en una mano, el pan francés en la otra y un portafolio de cuero color café colgando del hombro, para justo del lado del conductor, esquiva con su mano su copete lacio para hacerse visible y poder hablar, hablar mirando:
-Buenos días, Chofer de taxi, otra vez perdí las llaves del auto, ¿me llevas a la universidad?
-Será un placer- contesta expresivo Chofer de taxi, devolviéndole la sonrisa a Ella. 

Ella sube al taxi y come el pan francés un poco más tostado de lo debido, recuerda las notas para la clase de 10, entonces ríe, come pan francés, lee a Graciela Montes y las Aventuras y desventuras de Casiperro del hambre, saluda por la ventana, se maquilla suave pero con prisa, vuelve a las notas para la clase de 10, recuerda un te amo, se ríe de si y vuele voluntariamente a recordar un te amo... un te amo... tan sólo un te amo.

2 comentarios:

María Buendía dijo...

Mira, Vai, esto es lo único que sale en estos días: prosas y prosas cursis!!
un te amo, Vai, te amooo!!

Hec dijo...

siempre genial