martes, 29 de septiembre de 2009

Tierra del fuego.

Segura estoy de que ningún ser humano en la tierra podría ignorar la belleza que se nos postraba enfrente, qué digo en frente, en todo alrededor, por debajo de los pies, a derecha e izquierda, arriba; el cielo más hermoso que jamás en la vida miraré, no azul; violeta, lila, morado, rojo pálido, así es el atardecer en el sur.
Bajábamos caminando cuidadosamente para no resbalar, montañas rocosas cubiertas de nieve, el hielo que andaba por el aire hacía cortadas diminutas en nuestras caras, apenas descubiertas de los ojos, la nariz. No fue fácil llegar a las faldas de tan pronunciado relieve, en tierra firme, o mejor dicho, en tierra sin montañas, la Patagonia nos consumió. Caminamos tomados de la mano hundiendo nuestros ínfimos pies en la arena; chiclosa y mojada por el agua del mar, no había palabras entre nosotros, sólo el palpitar de nuestros corazones podía escucharse, yendo y viniendo por nuestros cuerpos, y que estoy segura, era uno.
La magnitud de las olas se reducía a una ligera marea que navegaba por el mar, sin levantarse, haciendo espuma con calma, elegancia y pasividad, mientras el agua que paseaba por la arena y regresaba a la mar, iba dejando huella, como una enorme mancha húmeda que se aferraba a regresar, revocando en su extensión con admirable exactitud, lo que previa y originalmente pintaba el cielo.
Y así, entre un cielo indescriptible y un mar de agua apenas azul, nos dimos un beso que daba sello de eternidad a nuestro amor. Habíamos viajado hasta el sur para tener como único testigo de nuestro casamiento, un geográfico fin del mundo.

3 comentarios:

S. R. dijo...

Sietelunas

Tengo una locución "no trascendental" para este mar de plata y nubes violetas, siempre es más fácil bajar, subir, puede hacerte perder la orientación...

me entiendes, yo se

María Buendía dijo...

no mucho, Rosas, esta vez no te entiendo mucho

me tenias abandonada, caray

Liliana dijo...

awwww estuvo bien lindo este post