viernes, 6 de julio de 2007

La Ciudad de los Entes Secos

Mis tenis están de las agujetas amarrados entre sí. No puedo correr. Estas mis alas blancas descienden decadentes hacía la lluvia que moja el granulado asfalto, y mis tenis por las agujetas amarrados entre si. No puedo volar, huir, dejar de mirar. Los otros que rápido pasan volando, me miran y se quieren reír, bufar, pero al volver la cabezas me han de ignorar.

Mis tenis, mis alas y mi calma. Miramos las lunas nacientes que se dispersan vanidosas en el reflejo de las charcas; transparentes, en movimiento al caer constante de la lluvia, al brotar sonante de las ondas que no se detienen, que se han de agrandar y agrandar, siempre, todo el tiempo. Justo como los gritos de la maleza de gente; que me apantallan, incluso me asustan y desprometen, pero con los segundos desaparecen. (Aunque en realidad incomparable por no sutil e inigualable).

Mis tenis están sujetos de las agujetas entre si, mi piel mojada escurre gotas de la barbilla, de las orejas, de la punta de mi nariz. Lluevo junto a la tarde casi noche. Mi lluvia también termina por compadecer a los demás del grisáceo más oscuro al caer del tiempo. Qué sólo pinta ilusamente la comodidad de sus autos, la calidad de la vista tras parabrisas, el mentolado sabor de un buen tabaco, la exclusiva y afinidad de la telefonía celular… ¡Gracias, Dios Calipso! Ver no es igual que ser, hacer, caer.

Han pasado ya dos horas. Cae fríamente el ultramarino de la noche. Nada es como cuando llegué. La lluvia cesa lentamente cansada de caer, ya son pocos mas los transeúntes, autos los mismos en el mismo sitio, o pocos metros si acaso por delante. La acera de mi puente colgante favorito se está secando, los faros alumbrados se van juntando extremo a extremo del grande puente, se van llamando uno al otro, los del final parecen juntarse pero no, no lo hacen.

Los árboles sacuden sus delgadas hojas con sus ramas gruesas. Están contentos como nunca. Nazario, el Búho de la hora y el reloj de oro también sacude sus largas alas, se ve contento sobre la antigua iglesia y sus campanarios. Sodi Luna, para ser un gato, parece ronronear también gustoso bajo la cubierta de la cornisa. Aquella cornisa, qué buen lugar para verlo todo, casi todo. Damián el loro, Gissel la duende, Samuel el ogro, Bastian el dulcero, Tristán el cuenta cuentos… Faisán el pinta cielos.

Han pasado más de dos horas ya. Sacudo mis largas alas. Desato de las agujetas mis tenis viejos. La lluvia cesó. La noche por fin cayó. Mi ritual ha terminado. ¡Gracias, Dios Calipso! Hacía 4 largos años que no llovía en mi ciudad, estoy feliz, es hora de irme a casa.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

genial
regresando de manera sublime
este tipo de historias me fascinan sin duda llegaras lejos

Anónimo dijo...

este ritual de los tenis amarrados de las agujetas entre si, me recuerda al ritual en la primaria de correr con los pies pegaditos ¡mierda! nunca gané una mugrosa carrera, padre post, además de raro en ti.

Anónimo dijo...

wow!! ya hacia mucho tiempo que no te leía, tanto que casi ovidaba elgusto de hacerlo, y creo que has mejorado mucho tus letras.
Me es muy gradable leerte (me hace ovidar el ritual de la distribucion de presiones y de esfuerzos cortantes), mas ahora que parece aver madurado tu estilo, que se yo?, parecieras estar parada ante el olimpo de las personas que hiciron de las letras algo muy digno de contemplarse, hasta tengo ganas de sentir envidia... ja.
deberias invitarme un dia a tu ritual de los tenis amarrados de la agujetas entre si